Si puede haber algo responsable de acabar con las buenas
relaciones humanas, de conseguir tropezar en lo mismo las veces que sean
necesarias e incluso de provocar una guerra mundial, eso sin lugar a dudas es
obra y consenso del síntoma más común y menos tratado en este siglo. Con la particularidad de tener cierta
dificultad al detectar su definición nos
encontramos ante un trastorno con
diferentes aptitudes. Orgullo y soberbia, soberbia y orgullo. A veces es una
delgada línea que las separa, un simple calentón y te hace bailar entre las
dos. La forma más clara que utilizamos a nivel usuario para calificarlo es a
nuestro propio interés; si te afecta es orgullo, si afecta a terceros es
soberbia. Aunque la mayoría de las veces sea justo lo contrario.
Habría que obligar a mirar a través de su antónimo, la
humildad, para saber enjuiciar si realmente esboza nuestro corazón una cosa o la
otra.
Ante todo, ambas abarcan un pilar común. En la base de su
definición comparten el "sentimiento de valorarse uno mismo por encima de
los demás" con la responsabilidad moral que acompaña.
Para mí el pequeño matiz reside en el fin. Nunca fue delito
saber reconocer las buenas nuevas que uno se guisa, tanto si es en beneficio
propio o a terceros. Donde sí hay riesgo es en los llamados principios
encargados de establecer todos los saraos sentimentales que damos vida; causa
que nos pueda cegar, inhabilitando el juicio.
El truco para advertir su esencia no es muy amigo de la
conciencia, pero a veces funciona. Simplemente ver si el sentimiento es
positivo suele ser señal de orgullo, y no de soberbia; aunque como en la mayoría
de las cosas no existe una verdad universal...
Cuando el sentimiento trae dolor suele asociarse sin
problemas con la soberbia, encargada de debilitar el corazón. Van ligados
estandartes tan amigos como la prepotencia, vanidad, pedantería, arrogancia y
demás miembros destacados; todo un club de criticonas revenidas apto para
acompañar a la madre soberbia.
Teniendo en cuenta el desglose informativo, aun así, sigue
siendo muy espinoso adivinar el caballo ganador con todo el amplio abanico de
posibilidades que pueden aportar las relaciones personales. Cargadas de
sentimiento y con la objetividad de una madre con sus hijos.
Es un estado en punto muerto, típico entre dos "egos",
pudiendo llegar a durar el resto de sus vidas; lavando sus heridas con la
indiferencia propia de su dolor. Adivinando su infección hasta la gangrena, sin
poder frenar ese silencio de sepulcro que impide solucionar el enfrentamiento.
En mi opinión, expresada sin título de psicología que lo
avale, todo es el mismo sentimiento matizado por las consecuencias. Proviene
todo de la misma fórmula magistral.
Cuando el alma es quien lo asimila nadie te puede decir lo
que sientes, siendo lo común el ver como todo tu entorno opinará y juzgará
sobre ello. Otra cosa es que, a pesar de saberlo, dejes auto engañarte con esa
absurda ley universal. "Hay que dar para recibir". Qué maravilla, es
pura poesía pedante. Quien da puede recibir pero en ningún momento se
especifica, en esta frase célebre tan imperativa, la calidad de lo recibido.
Esa es la clave. Por eso cuando el sujeto A
estima que el sujeto B no ha
"cumplido en igualdad de condiciones", entonces ahí si despierta la
madre de todas las soberbias. Como mencionaba antes, se hace una postura
inquebrantable solo disuelta por el primer valiente que se desayune su enfado,
se meriende sus principios y se cene sus remordimientos; todos los creados en
un día a día. Y en la mayoría de casos es el propio tiempo el que entierra un
sentir irreconciliable. ¿Se puede sentir algo tan horrible y a su vez no ser un
sopla pollas vanidoso? Claro que sí. El problema reside cuando se convierte en hábito
y lo introducimos en nuestra forma de ser, creando al soberbio de catálogo.
Entonces, ¿somos orgullosos o soberbios? Orgu-berbios diría
yo. Solemos lidiar con situaciones durante toda la vida e intentamos guardar el
equilibrio ético al solventarlas. Intentamos.
La lejanía que existe entre celebrar una reunión por tu
ascenso o no hablarte con tu hermano demuestra la dificultad de actuar; y la
pericia de desbocarlo en algo bueno o malo es el desencadenante.
El orgullo es de todos y esta licenciado para todas las
materias de sangre y vino. En cada misa se diverge y es nuestro camino el que
mostrará la verdad. Y la responsabilidad con nosotros mismos nos hará imponer
la balanza, nos dará sentido común y nos permitirá escuchar al corazón. Una vez dicha información es asimilada, el
uso que se dé es otra historia. Siempre hay plazas que torear y el traje de
luces no lo enfunda el “apoderao”.
Nosotros mismos somos la causa de emborrachar el orgullo con soberbia, y
seremos igual de responsables a la hora de dejar que esta puntualidad se
convierta en el reflejo de uno mismo. Donde al forzar se arriesga uno a perder
el rumbo y naufragar, ganando el poder de asimilar y perdiendo a todo su
entorno. Y algo que solo la experiencia, con el tiempo, te alecciona es que al
quedarte solo no tienes vida. A sí que sí, cambio Orgullo por Soberbia.