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domingo, 24 de noviembre de 2013

¿SIENTES QUE LO SIENTES?





Suena a leyenda adulterada por generaciones que gobierna nuestro entorno, pilotando tu haber sin nunca saber si estas equivocado. Una ristra de mandamientos sin sentencia cumplida por todos y destructiva en su existir, causante de los mejores y peores sentimientos. Condenados a educar las relaciones con películas y canciones, sin más posibilidades vestimos de mimos calcando los errores proyectados en nuestros genes. Con la tozudez de repetirlos sabiendo el resultado. 

Para mí está bien o para ti está mal... quien lo sabe. Quien es dios o verdugo con la verdad y conciencia suficiente para juzgar al que siente, cuando viven cientos de verdades que aplastan el corazón. Un querer no va exento de dolor; son compuestos del sentir acompañados por su gemelo cruel. Donde nace amor existe desamor, donde se forjó la amistad siempre está cerca la enemistad... un equilibrio amargo igual que necesario, difícil de soportar.

Sin receta del antídoto asumimos las consecuencias, novatos en tratar todo el daño colateral. Cargados de paciencia esperamos el mañana en que conseguiremos el saber universal.

Día a día resulta insuficiente para superar un primer amor, para asumir la traición de un amigo o la pérdida de un padre. Todo un doctorado del querer, avalado por la madre experiencia, inútil en el final de tus días; tal graduación sin práctica resulta insípido. 

A un corazón casi extinguido, harto de haber preguntado sin nunca ser respondido, no le hacen falta lecciones.

No somos máquinas ni nos podemos programar, no hay un comando que borre ni un antivirus que restablezca lo infectado; solo carne caliente y química en fluido que hacen vivir. Obligando a brotar nuestros movimientos que viven descontrolados, que atañen a los que quieres y desplazan a los que olvidas. 

Solo la brújula interna sabe si vas por buen camino, sin GPS ni baterías, graduada con la experiencia de tus errores. Solo eso.
Queda encogida el alma al cuestionar la pregunta que nunca podrá tener respuesta. Una duda atormentada cuestionando el sentir que no es tuyo. Viviendo sin la certeza de ser querido o ser engañado. Mirando a los ojos hasta atravesarlos intentando encontrar la respuesta. En un cara a cara eterno cuestionando un sentir. Comprobando un querer.

DRIVER.




Estando dormida espera, latente fiera que descansa para despertar y salir...

Magia en conexión al girar el bombín, chasqueando el nacimiento de otra quema de combustible. Contacto.

Lanzando un rugido de boca llena que despiertan los poros del chasis. Alineando, comprobando, todo para cambiar a operativo cuanto antes. Con la mano en marcha, predispuesta a marcar eficiente, ansiosa en inaugurar el baile de embrague y acelerador.



Pidiendo la voz, las ruedas cogen inercia y comienza una adherencia difícil de quebrar. Encaminando a su hábitat natural: la carretera.

Después de calentar la milla de rigor se desboca la revolución. Curvas en centésimas, rasgando en rotor ese choque metálico, como rodillas en sprint. Turbina al rojo, luminiscente, haciendo nacer vapor inflamable asustando al fluido.


Y los componentes cardiacos recorriendo tuberías, hirviendo líquido inflamable de sangre mecánica. Como capitán de ventrículo, exprimiendo ese corazón de acero.

Zarpazo plástico desgastando goma, apretando sus garras esféricas. Con empeine estirado ronronea en tu pie, dejando salir furia desbocada. La pérdida de tracción te provoca a pisar mas, luchando por quien gana el control.


Control de visión a la dimensión acelerada, más rápida la pupila que acapara todo el cristal frontal. Puesta en guardia con póker de sentidos para burlarte de los segundos que te siguen con la lengua fuera.

La velocidad inhalada no se asocia con el contador, sientes peligro de combustión llegando al vértigo y olvidando lo que fue una vez el límite. 


De aquí en adelante, no habrá vías de asfalto suficientes para saciar su apetito. Solo tu voluntad podrá detener tal suicidio honorífico agotando cada galón de gasolina. Sin poder parar de engullir la línea continua hasta que deja de tener destino. Deslizándose por las arterias de alquitrán, en la inercia del puro placer de la conducción y dejándose arrastrar por los
caminos a ningún lugar.

Perdiendo el rumbo a expensas de jugar para volver a encontrarlo. Fundiéndote en su mecánica para correr con el kilómetro. Emblanqueciendo los nudillos para volar un poco más…