Viva España, viva el Rey, viva... el referéndum a granel.
De pequeños nos frustrábamos por intentar discutir con
nuestras madres el no ir al cole para quedarte en casa jugando con los regalos
de reyes… de pequeños. Algo normal cuando derechos y deberes no está en su
razón.
Lo cómico es cuando el resultado es similar en un país
entero que se enfadada y no respira porque de repente apesta la monarquía y se
debe erradicar ya, no vaya a ser que se nos pase el calentón.
Para eso habría que conocer las reglas del juego al que
todos quisimos pertenecer, el juego de la Constitución. Esto es algo muy serio,
no se puede cambiar de antojo como se saltan las normas del Tute en cada mesón.
Si uno no quiere Rey que vote al partido que no lo quiere,
si uno quiere independencia ídem; basta ya de reclamar opinión cuando la voz
del ciudadano esta en las urnas, sordas con más del cincuenta por ciento de
abstención. Esos días en los que la gente busca mil excusas para no ejercer su
deber y acaban de tertulia o merendola cambiando su voz por un día de
relajación.
Salimos a la calle con la antorcha en la mano porque está de
moda ser republicano, el mismo que vive su realismo en la cuna del consumismo.
¿Somos consecuentes o niños de rabieta rechinando los dientes? El ideal
político es fiel, con ADN propio e intransferible, aunque nos empeñemos
en mostrar un interés voluble que baila “La Yenka” según marca el ritmo nuestro
rasero tan flexible.
Damas y caballeros esto no es un juego, y para elegir solo
hay un camino a seguir. Y si la pose es de llorón pues con cojones reclamar un
cambio de constitución. Ya está bien del "Ahora sí, ahora no", de
pedir sin compromiso y no luchar por el cambio, con canciones de patio como “el
político esta para eso que ya tengo yo bastante con trabajar" anclados en
la sin razón.
Porque esto no es la televisión, con 12 referéndum 12 causas
y cada mes pedir por esa boquita o entramos en la revolución. ¿Seguimos
gritando al aire o ponemos una solución?