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jueves, 14 de noviembre de 2013

AOKIGAHARA, BILLETE DE IDA.




La tierra en su composición crea un combinado equilibrado lleno de armonía, con directrices artísticas creadora de territorios imposibles a la par de hermosos. Lugares de mapa del tesoro, vírgenes de expedición y costumbres solitarias, forjados por el tiempo y la erosión. En su nacer lienzos en blanco con futuro prometedor, y candidato a tener muchas posibilidades. 

Regañados con los núcleos de población y demás situaciones demográficas habitados por esa infección vírica que es el ser humano. Cientos de lugares dignos de inspirar todo tipo de sensaciones esperando al pequeño Indiana Jones que llevamos dentro. Muchos hallados por error, y otros marcados en la historia siendo ella misma la descubridora y haciendo, en ocasiones, personaje principal de lo acontecido. 

Se crean lugares hermosos igualmente que peligrosos, siniestros o en esencia hasta venenosos. Así las gasta la madre naturaleza capaz de esbozar un lago de formas imposibles y de un amarillo tan enérgico, dilatando de hermosura tus pupilas y pudiendo despegar tu piel con solo sumergirte... En este sector de lagos de azufre y demás rarezas, podríamos resaltar con especial hincapié un pequeño terreno perdido en este mundo, el cual logró secuestrar toda mi fascinación por lo inusual. Por aquellos lugares que se burlan de  los parámetros de lo estipulado, riéndose a horcajadas de lo genérico y creando composiciones en la biósfera únicas. 

Primero quisiera hacer referencia a la mayoría de habitantes que pueblan este lugar: los yurei. Por connotación histórica este resquicio da cobijo a un número incalculable de estos.

 En su origen perteneciente a la familia de los espectros pero inscritos como "espíritu débil" (yu-rei) en su clasificación mas poética de la cultura nipona. Son catalogadas con su propia historia y desglosados en varios tipos con cierta esencia haiku... aunque casi comparten leyenda suelen ser almas que no tuvieron buen final en la tierra; por la cobardía de un suicidio o una mala praxis a la hora de celebrar una ceremonia. Se vieron desorientadas en pleno purgatorio, no continuando su viaje y quedando atrapadas en este mundo, sin poder llegar al suyo. Almas maltratadas por la frustración producida, y ajenas a las consecuencias de ello.
Sumado a que estas entidades vaporosas se encuentran superpoblando este lugar lo convierte en un bosque con el bagaje más amargo de vidas nutriendo el sustrato de su extensión. Definiendo platónicamente al bosque de Aokigahara.








Terreno fértil que forjó una erupción del Monte Fuji, en un cabreo que tuvo  entre los años 800 y 1100, esbozando una superficie de 35 kilómetros cuadrados y desmembrando con violencia  el Lago Senoumi;  creando los lagos Saiko y Shojiko  que cobijarían sus fronteras con el fin de crear la postal perfecta. Con base de roca volcánica se definía angosto y de carácter fértil dando asilo a la flora y la fauna desterrando cualquier pincelada de urbanidad. Conforme fue creciendo creó un ecosistema entre pantanoso y selvático dando esa atmósfera espesa y terrorífica alertando a los vivos de lugar maldito. Esta vez sí tuvo papel principal la mano del hombre en su metamorfosis cuando en el siglo XIX, en plena floración del Japón Feudal, sus habitantes abusaron de la costumbre más arraigada; “Ubasute” o como su definición más folclórica afirma “el abandono de niños o ancianos en lugares inhóspitos con el único fin de dejarse morir”. En tiempos de sequía y hambruna se daba este orden 

tiránico acatado religiosamente por sus 
habitantes sacrificando la existencia como pueblo de la forma más salomónica. Como si de un gran ejército nacional se tratase. 
Como buenos agricultores fertilizaron este paraje a base de huesos y lamentos, envenenando cada brote y cada roca del puzle de Aokigahara. Un lugar de acuarela en lienzo reformado en pesadilla y proveedor de un sambenito que acogería, por el resto de los siglos, un espacio bucólico y único para el japonés medio con delirios de suicidio. Albergando millones de almas irritadas aforan cada metro cuadrado del bosque, cual reacción química, desencadenando más muerte. Haciéndolo irrespirable. Y todos esos espectros perdidos en los cánones de sus creencias parecen empujar al aprensivo visitante a alentar esas ganas de terminar con todo.





Sin renombrar  superstición o tradición, es muy significativo que cualquiera recorra sus caminos, crea en lo que crea, se vea embriagado por ese instinto primario que nos hace oler el peligro. De saber sin un por qué la necesidad imperativa de correr sin respirar fuera de ese lugar. En este instante Aokigahara parece transmutarse, y oscurece, tersando sus músculos de piedra y liquen que ahogan la circulación de los caminos repartidos en el bosque. Desorientando la salida e invocando los miedos empadronados en nuestras cabezas.  Respirando la humedad ambiental  que te debilita la cordura para intercalar fotomatones de lo que parecen sueños, con la ayuda de su atmósfera vaporosa que desorienta. Una vegetación disfrazada de Parca.

El propio tiempo es parte responsable; tantos siglos digiriendo muerte, abandono y tristeza, hizo del mar de árboles de Aokigahara un cúmulo de atrocidades importante. Viviendo del boca a boca y tomando una fuerza descomunal. En las culturas asiáticas el suicidio tiene trazos tradicionales y porta una carga de honor significativa, lo que hace de este páramo un cementerio de huesos cubiertos de musgo. Su fama se hizo adulta en la década de los sesenta; un autor japonés, Seicho Matsumoto, publicó una novela en la que se acontecían el suicidio y Aokigahara. Un vasto bofetón recorrió la sociedad japonesa, llegando a todos los oídos estresados en plenos sesenta donde el capitalismo se dejaba ver cada vez más. Fue interpretado como un arraigo de tradición, de la esencia de su carácter.

Esto formó un revuelo cultural que terminó por bautizar este lugar como la morgue de los cobardes. Muchos jóvenes japoneses sin la chispa de la vida tomaron el ritual como idóneo a imitar, suicidándose en el bosque de la forma más onírica. 

Seicho Matsumoto fue un escritor y periodista de la época muy implicado con la sociedad de entonces; autor de numerosas publicaciones de ficción e historia. Un hombre que no supo las consecuencias de situar su historia en el bosque de Aokigahara. No solo dio vida a su leyenda, consiguió ubicar en el mapa un morbo alimentado de tragedia digno de los japoneses más curiosos.

Incido en la turbulencia que supone la cultura japonesa, convulsa desde que inauguraron el siglo veinte, y enfrentada constantemente en mantener en equilibrio la tradición y progreso. Una lucha entre oriente y occidente obligadas a coexistir, con los cambios que ello supone, y aun así un lugar tan destructivo supo como amoldarse a las nuevas eras y no desaparecer del horizonte del monte Fuji. Impidiendo que se corte esa fertilización de sus sustratos tan macabra. Con ayuda eso si, de un último empujón mediático.

 Treinta años después un autor dispuesto a conmocionar el país, y aventuro que no hubo premeditación, publicó un libro el cual catapultó este bosque hasta convertirlo en la fosa común más reputada. Wataru Tsurumi,  culpable de ilustrar en artes
tétricas, tuvo el valor de publicar la obra "El manual Completo del Suicidio", generoso por su parte en instruir las mentes más decadentes e instaurar Aokigahara como lugar insuperable para dejar de existir. En Japón la censura tiene como único objetivo el  pixelar penes y vaginas en el cine adulto, con lo cual este explosivo material está al alcance de cualquier menor de edad con ganas de aprender, salvo en algunas provincias donde se catalogó como peligroso para la salud y se prohibió la venta a menores de 18 años. Sorprendente, ni en eso parece haber acuerdo. 

La joya literaria viene a ser un vademécum explicativo en formas, grados de dolor y aspecto del cadáver post mortem, todo ello expuesto en gráficas y con ilustraciones; un catálogo de muerte que puede producir muchos sentimientos salvo la indiferencia. Hay que decir a su favor que en ningún momento recurre a hacer apología al suicidio, su idea básica era desglosar todas y cada una de las formas de pasar a mejor vida, eso sí, voluntariamente. En su primera edición se vendieron la friolera de un millón de copias, todo un éxito. Supongo que, por el cerebro de este escritor, pasaría fugazmente la responsabilidad moral que tiene encontrarse numerosos casos de adolescentes suicidas, encontrados muertos con el libro entre sus manos. Supongo. Se puede decir incluso que empezaba a rozar la moda en todo este berenjenal, seguidores de un movimiento suicida mezclado de tradiciones mal interpretadas y muchas hormonas juveniles. Pero muchas.

Las intenciones morales de Wataru Tsurumi quedan más explícitas cuando años después publicó una segunda entrega recogiendo todas las cartas de la gente que lo odiaba. Es todo tan siniestro y a la par tan sorprendente que sería digno de estudio sociológico. No conozco otro caso de una aberración tal sobre la madre naturaleza, de como parece puramente urdido por un plan con siglos de duración. 

Comenzó todo por azar, por un lugar geográficamente idóneo para abandonar niños y viejos imposibles de sustentar. Filtrando odios y temores por todo el sustrato. Alimentando la musculatura de un bosque preparado para estrangular, madurado en un mar de árboles sediento de vidas que el feudalismo suministró religiosamente. Cuando parecía sucumbir empezó a cobijar al suicida, un comedor regular que aseguraría de por vida su sustento. Fue transformando su entorno decorando sus lechos con los restos de los
desesperados colaboradores, empeñados en atestar este tanatorio naturista. Es eso que dicen de "la muerte trae más muerte".




El estado japonés puso como medida disuasoria algunos carteles a las entradas del bosque alentando poéticamente a la vida. Con unos textos profundos que dicen así: " Tu vida es valiosa y te ha sido otorgada por tus padres. Piensa en ellos, en tus hermanos e hijos. Por favor, no sufras solo y pide consejo"... entre otras alegorías narrativas. Al principio se informaba del número de víctimas a través de los medios de comunicación; con el tiempo y viendo que se podía ir de madre, dejaron de hacerlo. Fue apareciendo esa picardía de ocultar lo que hace vulnerable a una nación. A nadie le gustaría que pregonaran a los cuatro vientos lo propensos a la depresión y al suicidio que son como sociedad, y un centro de ocio y muerte como Aokigahara no ayuda en absoluto. 

A grandes rasgos se percibe sutilmente una vergüenza consentida por parte del pueblo nipón, en su haber hay muchísimos voluntarios dedicados a buscar a los que se adentran en el bosque con la intención de suicidarse. Un gabinete psicológico gratuito y ambulante. Por parte del estado, que parece tener remordimientos, hay una cuadrilla de personas encargadas de batir el bosque y retirar los cuerpos sin conseguir dar a basto.



Las cifras del ranking registran una media de cien cadáveres al año, ocupando el segundo puesto del lugar con más cadáveres a su espalda, ganando y no por mucho el puente del Golden Gate. Aunque suene incorrecto no me viene otra palabra que no sea extraordinario.

Que despliegue, que sentir colectivo entrenado como un protocolo real. Qué forma más delicada de convivir con sus propios demonios. En cualquier país europeo se hubiese fumigado con NAPALM todo el bosque y a otra cosa; es como si fuesen estrictamente morales y consecuentes con lo que supondría cortar de raíz el problema. Lleva demasiado tiempo formando parte de ellos y conviven con su presencia desde hace siglos. Personalmente, siempre han llamado mi atención como civilización y como cultura; su capacidad de respetar y convivir es digna de elogiar. El amor de su tradición los hace especiales. Si hay un libro que para mi refleje a la sociedad japonesa referente al suicidio es "Tokio Blues" de Haruki Murakami. Te acerca lo suficiente al interior de sus vidas como para entender mínimamente el peso que tiene este suceso impuro en su cultura. 

Son la incubadora del progreso, con paso militar y tradición de cuna. Un proyecto de extremos nivelado de tal forma que parece imposible de repetir. Todo ello desplegado por una red invisible de sentimiento dirigida por un reino de acero y cristal, la futurista Tokio. Apadrinados por su icono más paternal, el monte Fuji, se mezclan rascacielos y templos intentando prosperar ese equilibrio. Cobijando una sociedad convulsa, híper estimulada y aleccionada en preservar el resto de su territorio como si fuera de origen. Por encima de todo domina su cultura social tan jerarquizada sumada a su educación tan estricta, creando una atmósfera que estrangula sus vidas, militarizadas, en parte por necesidad debido a su superpoblación y en parte por contagio público. Hay una interpretación colectiva basada en evitar cualquier enfrentamiento e intentar ocultar sus tristezas o problemas. Viven día a día acorazados para protegerse de un orden frenético carente de sinceridad, volviéndolos solitarios y débiles.

Por eso Aokigahara tiene ese ying-yang, esa doble cara que muestra un paraje mágico y a su vez una tragedia constante. Un Japón creador de un monumento vivo que no quiere que sea visitado. Una estampa armónica de flora hermosa,  abundante, con una vista panorámica a las faldas del monte Fuji tremendamente idílica. Con un secreto en su corazón difícil de tragar labrado por un terreno volcánico muy fértil.  Con numerosos yacimientos de hierro culpables del mal funcionamiento de brújulas, GPS y demás aparatos electrónicos, para ponerlo fácil, e inadecuado para edificar dándole intimidad en kilómetros.





Intimidad necesaria para el último aliento; proporcionada por un mar de árboles sobrealimentados de almas atrapadas en su dolor. Infectados en sus cortezas de amargura, de llantos. Pudriendo sus suelos con restos de vidas, necias, inmortalizadas de atrezo natural como si se tratara de un museo de los horrores.  Un plan visual apocalíptico que empuja al abandono, que aclara tus dudas sobre el valor de terminar con todo. Que desgarra tu corazón secuestrando tus pesadillas y tu dolor para escupírtelas en la cara. Que suplica entre susurros que lo hagas…



                

·                                                                                                  Si la tenia os pica por dentro y quereis saber mas, hay algo de información  disgregada por la red. Sin competencia el mas interesante es un documental que posee el ojo que todo lo graba (youtube, vimeo,…) que no tiene desperdicio. AOKIGAHARA será suficiente para buscarlos. Cuidado los aprensivos.
  
                  

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho, he entrado en el extraño mundo que hay en nuestro cerebro, por que hasta para matarnos somos raritos los humanos. Sigue escribiendo, y si puedes alguna que otra foto mas. Saludos

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  2. Gracias de verdad. Solo con conseguir que husmees por el blog me conformo. Mas fotos para el próximo, prometido. Un abrazo

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