La tierra en su composición crea un combinado equilibrado
lleno de armonía, con directrices artísticas creadora de territorios imposibles
a la par de hermosos. Lugares de mapa del tesoro, vírgenes de expedición y
costumbres solitarias, forjados por el tiempo y la erosión. En su nacer lienzos
en blanco con futuro prometedor, y candidato a tener muchas posibilidades.
Regañados con los
núcleos de población y demás situaciones demográficas habitados por esa
infección vírica que es el ser humano. Cientos de lugares dignos de inspirar
todo tipo de sensaciones esperando al pequeño Indiana Jones que llevamos
dentro. Muchos hallados por error, y otros marcados en la historia siendo ella
misma la descubridora y haciendo, en ocasiones, personaje principal de lo
acontecido.
Se crean
lugares hermosos igualmente que peligrosos, siniestros o en esencia hasta
venenosos. Así las gasta la madre naturaleza capaz de esbozar un lago de formas
imposibles y de un amarillo tan enérgico, dilatando de hermosura tus pupilas y
pudiendo despegar tu piel con solo sumergirte... En este sector de lagos de
azufre y demás rarezas, podríamos resaltar con especial hincapié un pequeño terreno
perdido en este mundo, el cual logró secuestrar toda mi fascinación por lo
inusual. Por aquellos lugares que se burlan de
los parámetros de lo estipulado, riéndose a horcajadas de lo genérico y
creando composiciones en la biósfera únicas.
Primero quisiera hacer referencia a la mayoría de habitantes
que pueblan este lugar: los yurei. Por connotación histórica este resquicio da
cobijo a un número incalculable de estos.
En su origen
perteneciente a la familia de los espectros pero inscritos como "espíritu
débil" (yu-rei) en su clasificación mas poética de la cultura nipona. Son
catalogadas con su propia historia y desglosados en varios tipos con cierta
esencia haiku... aunque casi comparten leyenda suelen
ser almas que no tuvieron buen final en la tierra; por la cobardía de un
suicidio o una mala praxis a la hora de celebrar una ceremonia. Se vieron
desorientadas en pleno purgatorio, no continuando su viaje y quedando atrapadas
en este mundo, sin poder llegar al suyo. Almas maltratadas por la frustración
producida, y ajenas a las consecuencias de ello.
Sumado a que estas entidades vaporosas se encuentran superpoblando
este lugar lo convierte en un bosque con el bagaje más amargo de vidas
nutriendo el sustrato de su extensión. Definiendo
platónicamente al bosque de Aokigahara.
tiránico acatado religiosamente por sus
habitantes sacrificando la existencia como pueblo de la forma más salomónica. Como si de un gran ejército nacional se tratase.
Sin renombrar superstición o tradición, es muy significativo
que cualquiera recorra sus caminos, crea en lo que crea, se vea embriagado por
ese instinto primario que nos hace oler el peligro. De saber sin un por qué la
necesidad imperativa de correr sin respirar fuera de ese lugar. En este
instante Aokigahara parece transmutarse, y oscurece, tersando sus músculos de
piedra y liquen que ahogan la circulación de los caminos repartidos en el
bosque. Desorientando la salida e invocando los miedos empadronados en nuestras
cabezas. Respirando la humedad ambiental
que te debilita la cordura para
intercalar fotomatones de lo que parecen sueños, con la ayuda de su atmósfera
vaporosa que desorienta. Una vegetación disfrazada de Parca.
El propio tiempo es parte responsable; tantos siglos
digiriendo muerte, abandono y tristeza, hizo del mar de árboles de Aokigahara
un cúmulo de atrocidades importante. Viviendo del boca a boca y tomando una
fuerza descomunal. En las culturas asiáticas el suicidio tiene trazos tradicionales
y porta una carga de honor significativa, lo que hace de este páramo un
cementerio de huesos cubiertos de musgo. Su fama se hizo adulta en la década de
los sesenta; un autor japonés, Seicho Matsumoto, publicó una novela en la que
se acontecían el suicidio y Aokigahara. Un vasto bofetón recorrió la sociedad
japonesa, llegando a todos los oídos estresados en plenos sesenta donde el
capitalismo se dejaba ver cada vez más. Fue interpretado como un arraigo de
tradición, de la esencia de su carácter.
Esto formó un revuelo cultural que terminó por bautizar este
lugar como la morgue de los cobardes. Muchos jóvenes japoneses sin la chispa de
la vida tomaron el ritual como idóneo a imitar,
suicidándose en el bosque de la forma más onírica.
Seicho Matsumoto fue un escritor y periodista de la época
muy implicado con la sociedad de entonces; autor de numerosas publicaciones de
ficción e historia. Un hombre que no supo las consecuencias de situar su
historia en el bosque de Aokigahara. No solo dio vida a su leyenda, consiguió
ubicar en el mapa un morbo alimentado de tragedia digno de los japoneses más
curiosos.
Incido en la turbulencia que supone la cultura japonesa,
convulsa desde que inauguraron el siglo veinte, y enfrentada constantemente en
mantener en equilibrio la tradición y progreso. Una lucha entre oriente y
occidente obligadas a coexistir, con los cambios que ello supone, y aun así un
lugar tan destructivo supo como amoldarse a las nuevas eras y no desaparecer
del horizonte del monte Fuji. Impidiendo que se corte esa fertilización de sus
sustratos tan macabra. Con ayuda eso si, de un último empujón mediático.
tétricas, tuvo el valor de publicar la obra "El manual Completo del Suicidio", generoso por su parte en instruir las mentes más decadentes e instaurar Aokigahara como lugar insuperable para dejar de existir. En Japón la censura tiene como único objetivo el pixelar penes y vaginas en el cine adulto, con lo cual este explosivo material está al alcance de cualquier menor de edad con ganas de aprender, salvo en algunas provincias donde se catalogó como peligroso para la salud y se prohibió la venta a menores de 18 años. Sorprendente, ni en eso parece haber acuerdo.
La joya literaria viene a ser un vademécum explicativo en
formas, grados de dolor y aspecto del cadáver post mortem, todo ello expuesto
en gráficas y con ilustraciones; un catálogo de muerte que puede producir
muchos sentimientos salvo la indiferencia. Hay que decir a su favor que en ningún
momento recurre a hacer apología al suicidio, su idea básica era desglosar
todas y cada una de las formas de pasar a mejor vida, eso sí, voluntariamente.
En su primera edición se vendieron la friolera de un millón de copias, todo un
éxito. Supongo que, por el cerebro de este escritor, pasaría fugazmente la
responsabilidad moral que tiene encontrarse numerosos casos de adolescentes suicidas,
encontrados muertos con el libro entre sus manos. Supongo. Se puede decir
incluso que empezaba a rozar la moda en todo este berenjenal, seguidores de un
movimiento suicida mezclado de tradiciones mal interpretadas y muchas hormonas
juveniles. Pero muchas.
Las intenciones morales de Wataru Tsurumi quedan más
explícitas cuando años después publicó una segunda entrega recogiendo todas las
cartas de la gente que lo odiaba. Es todo tan siniestro y a la par tan
sorprendente que sería digno de estudio sociológico. No conozco otro caso de
una aberración tal sobre la madre naturaleza, de como parece puramente urdido
por un plan con siglos de duración.
Comenzó todo por azar, por un lugar geográficamente idóneo
para abandonar niños y viejos imposibles de sustentar. Filtrando odios y
temores por todo el sustrato. Alimentando la musculatura de un bosque preparado
para estrangular, madurado en un mar de árboles sediento de vidas que el
feudalismo suministró religiosamente. Cuando parecía sucumbir empezó a cobijar
al suicida, un comedor regular que aseguraría de por vida su sustento. Fue
transformando su entorno decorando sus lechos con los restos de los
desesperados
colaboradores, empeñados en atestar este tanatorio naturista. Es eso que dicen
de "la muerte trae más muerte".
El estado japonés puso como medida disuasoria algunos
carteles a las entradas del bosque alentando poéticamente a la vida. Con unos
textos profundos que dicen así: " Tu vida es valiosa y te ha sido otorgada
por tus padres. Piensa en ellos, en tus hermanos e hijos. Por favor, no sufras
solo y pide consejo"... entre otras alegorías narrativas. Al principio se
informaba del número de víctimas a través de los medios de comunicación; con el
tiempo y viendo que se podía ir de madre, dejaron de hacerlo. Fue apareciendo
esa picardía de ocultar lo que hace vulnerable a una nación. A nadie le
gustaría que pregonaran a los cuatro vientos lo propensos a la depresión y al
suicidio que son como sociedad, y un centro de ocio y muerte como Aokigahara no
ayuda en absoluto.
Las cifras del ranking registran una media de cien cadáveres
al año, ocupando el segundo puesto del lugar con más cadáveres a su espalda,
ganando y no por mucho el puente del Golden Gate. Aunque suene incorrecto no me
viene otra palabra que no sea extraordinario.
Que despliegue, que sentir colectivo entrenado como un
protocolo real. Qué forma más delicada de convivir con sus propios demonios. En
cualquier país europeo se hubiese fumigado con NAPALM todo el bosque y a otra
cosa; es como si fuesen estrictamente morales y consecuentes con lo que
supondría cortar de raíz el problema. Lleva demasiado tiempo formando parte de
ellos y conviven con su presencia desde hace siglos. Personalmente, siempre han
llamado mi atención como civilización y como cultura; su capacidad de respetar
y convivir es digna de elogiar. El amor de su tradición los hace especiales. Si
hay un libro que para mi refleje a la sociedad japonesa referente al suicidio
es "Tokio Blues" de Haruki Murakami. Te acerca lo suficiente al interior
de sus vidas como para entender mínimamente el peso que tiene este suceso
impuro en su cultura.
Son la incubadora del progreso, con paso militar y tradición
de cuna. Un proyecto de extremos nivelado de tal forma que parece imposible de
repetir. Todo ello desplegado por una red invisible de sentimiento dirigida por
un reino de acero y cristal, la futurista Tokio. Apadrinados por su icono más
paternal, el monte Fuji, se mezclan rascacielos y templos intentando prosperar
ese equilibrio. Cobijando una sociedad convulsa, híper estimulada y aleccionada
en preservar el resto de su territorio como si fuera de origen. Por encima de
todo domina su cultura social tan jerarquizada sumada a su educación tan
estricta, creando una atmósfera que estrangula sus vidas, militarizadas, en
parte por necesidad debido a su superpoblación y en parte por contagio público.
Hay una interpretación colectiva basada en evitar cualquier enfrentamiento e
intentar ocultar sus tristezas o problemas. Viven día a día acorazados para
protegerse de un orden frenético carente de sinceridad, volviéndolos solitarios
y débiles.
Por eso Aokigahara tiene ese ying-yang, esa doble cara que
muestra un paraje mágico y a su vez una tragedia constante. Un Japón creador de
un monumento vivo que no quiere que sea visitado. Una estampa armónica de flora
hermosa, abundante, con una vista panorámica
a las faldas del monte Fuji tremendamente idílica. Con un secreto en su corazón
difícil de tragar labrado por un terreno volcánico muy fértil. Con numerosos yacimientos de hierro culpables
del mal funcionamiento de brújulas, GPS y demás aparatos electrónicos, para
ponerlo fácil, e inadecuado para edificar dándole intimidad en kilómetros.
Intimidad necesaria
para el último aliento; proporcionada por un mar de árboles sobrealimentados de
almas atrapadas en su dolor. Infectados en sus cortezas de amargura, de llantos.
Pudriendo sus suelos con restos de vidas, necias, inmortalizadas de atrezo
natural como si se tratara de un museo de los horrores. Un plan visual apocalíptico que empuja al
abandono, que aclara tus dudas sobre el valor de terminar con todo. Que
desgarra tu corazón secuestrando tus pesadillas y tu dolor para escupírtelas en
la cara. Que suplica entre susurros que lo hagas…
· *
Si la tenia os pica por dentro y quereis saber mas, hay algo de
información disgregada por la red. Sin competencia el mas interesante es un
documental que posee el ojo que todo lo graba (youtube, vimeo,…) que no tiene
desperdicio. AOKIGAHARA será suficiente para buscarlos. Cuidado los aprensivos.
Me ha gustado mucho, he entrado en el extraño mundo que hay en nuestro cerebro, por que hasta para matarnos somos raritos los humanos. Sigue escribiendo, y si puedes alguna que otra foto mas. Saludos
ResponderEliminarGracias de verdad. Solo con conseguir que husmees por el blog me conformo. Mas fotos para el próximo, prometido. Un abrazo
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