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viernes, 5 de diciembre de 2014

SUEÑOS


Anoche tuve un sueño. 
Un sueño que empezó como las novelas negras, con un asesinato. La víctima, el tiempo. Desgarrado, ensartado y posteriormente desangrado para apagar su luz; una luz perpetua que tiende a resucitar. 

Con el cadáver a mis pies y los grilletes abiertos comencé a volar, muy alto, hasta alcanzar ese punto en que las nubes son la alfombra que pisas y la bruma el techo que separa la oscuridad y las estrellas. Un limbo gélido y borracho de paz que acunaba mi vuelo. El aire puro araba mi cabeza desgranando los problemas, los dolores de pecho fantasma y el día a día que fatiga... hasta que la demencia de libertad tomaba los mandos de mi vuelo para planear en algún lugar llamado nadie. 


Esos lugares de silencio natural y ruido acompasado, donde la tranquilidad es orquesta y el momento es el reloj que da las horas. Con los pies en modo paseo, pateando piedras, atravesaba una villa de campo oyendo un leve violín de voz salvaje y melosa que me invitaba a llegar a ningún lugar. Acompañado del que quiere acompañar, querer y escuchar me dispuse a llegar al que parecía mi destino con el sol vergonzoso, las copas de los árboles en pasadizo y la niebla fina de abrigo. 

Una posada acogedora nos abría sus puertas con vidrieras ocres que hacían las veces de farolillos, con el aroma a casero que invitaba a pasar. Ya en la mesa, con buena comida y buen vino, las carcajadas daban el tempo a la conversación culpable de quitar protagonismo a una cena para hacer interminable la sobremesa, un momento encantado donde el buen licor y las palabras danzaban entre todos estrechando el círculo,con chispa y desinhibidos por la propia definición de estar "a gusto". 

Creando silencios cómodos y miradas que erizan el cuello, absortos en una noche bella e interminable. Poco después con el síndrome de cenicienta admirábamos el cielo estrellado, conscientes de saborear ese instante mágico con la luz del tiempo mostrando signos vitales. Porque todos los buenos momentos, incluso en sueños, tienden a finalizar.


Siendo el apoderado de la realidad y despertador de mis ojos, veo como se rompe la burbuja del subconsciente para asimilar una vez mas haber soñado con un instante de perfecta armonía.


 Ahora que estoy despierto... solo queda morriña. Una astilla psicológica se queda en mi nuca, recordando de forma esporádica la posibilidad de poder repetir este cuento en la pura realidad.

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