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viernes, 19 de diciembre de 2014

NO A LA FOTOSÍNTESIS AÑEJA.



Nacemos con espíritu de cactus, vivos a la fuerza y dependientes del tiempo de los demás. Al ser destetados (unos más tarde que otros) adquirimos nuestra lectura y la hacemos propia, con la prisa de serie para vivirlo todo en un ya. Ahí es cuando más recuerdos nos gusta acumular. 


Almacenamos experiencias como presa en estación de lluvia, soltando caudal sin mesura intentando sobrevivir al estilo de vida de nuestras figuras de referencia, sin sentir la propia. Es la agonía del plato caliente, una vez escaldado de ansia el paladar es imposible saborear el resto.


Y cuando ya estás preparado para la vida, es esta la que ha devorado tus energías, prorrogando todo a “más tarde” o “mañana”. Siempre hay un después para todo y el puto sofá se convierte en el corredor de la muerte. La costumbre del movimiento se siente perdida volviendo a ser cactus, ahora flácido y sin espinas. 


Triste no se define pues no encaja; más bien es pena, y se peca de cobarde al verlo por no juzgarse a sí mismo en un futuro. Así somos, pura justicia bucal sin frenos salvando las distancias con aquello que cuando vemos "cortar" inconscientemente ponemos lo nuestro a "remojar" y se nos pone la boquita pequeña al criticar. 


Salvo en especímenes muy concretos es un cambio propio del ecuador, y digo muy concretos porque siempre habrá casos de adolecentes Punset o ancianos Britney Spears, pero por suerte son los menos...
El tratamiento es simple, o te mueves o caducas. Llegas más o menos a los 35 años, los 40 tope, y se fragua un cambio muy paulatino pero mortal. Con frases tipo "yo ya no estoy para estos trotes" o "los años no perdonan"... puedes estar tranquila Virgen de los Desamparados y los Mustios, aquí tienes tu redil. Si en el ecuador de la vida, por así decirlo, se empieza así con sesenta años guardas las migas de pan y coges plaza en un banco de la calle para ponerte a cebar palomas. Eso si no hace mucho frío o mucho calor, entonces se tiran las miguitas por la ventana, media vuelta, y a ver Sálvame Deluxe.

Si la esperanza de vida se alarga, ¿qué acorta las ganas? Es decir, ¿Por qué se produce ese arresto domiciliario creando, como hongos, a viejas del visillo, locas de los gatos o abuelos con mirada "Carlos Sobera" que van perdonando la vida a la gente? Parece que una vida entera no es suficiente para lidiar la soledad. Para brotar lo aprendido frente al cambio y no entumecer el pánico fruto del descontrol. Viendo cada día una cuenta atrás hace inalcanzable coger el tren, sin querer entender que a veces esperar el próximo será más productivo que imitar a un becerro mareado trotando tras él. U observar su paso cuando sabemos de sobra lo imposible que se nos haría ya no cogerlo si no disfrutar del viaje. Porque es más fácil ofuscarse por no poder seguir que aprender otras formas, mas fácil sucumbir a ver "deterioro" en vez de "suma de tiempo". Tan valioso. Siendo incapaces de vivirlo y de administrarlo queriendo ver siempre la guillotina de la cuenta atrás; el tiempo es un regalo para saborear y sentir. 


El ahora suma al ayer con el mañana y nuestro bloqueo hace del tiempo el corredor de la muerte. A veces es mejor pensar las cosas una sola vez e invertir el resto en realizar, crear o simplemente en mover el espíritu. Aunque sea a dos manzanas del propio hogar siempre será provechoso… Es difícil de entender pero una existencia no puede remitirse a comer, dormir y ver la televisión o gastar la batería del teléfono móvil. Con un cuarto de cerebro sin usar no tiene que haber miedo a seguir acumulando experiencias en vez de recordar y recordar lo vivido. Será por espacio libre. Apoyo la moción, sí al HACER y no al ENJAULAR.












viernes, 5 de diciembre de 2014

SUEÑOS


Anoche tuve un sueño. 
Un sueño que empezó como las novelas negras, con un asesinato. La víctima, el tiempo. Desgarrado, ensartado y posteriormente desangrado para apagar su luz; una luz perpetua que tiende a resucitar. 

Con el cadáver a mis pies y los grilletes abiertos comencé a volar, muy alto, hasta alcanzar ese punto en que las nubes son la alfombra que pisas y la bruma el techo que separa la oscuridad y las estrellas. Un limbo gélido y borracho de paz que acunaba mi vuelo. El aire puro araba mi cabeza desgranando los problemas, los dolores de pecho fantasma y el día a día que fatiga... hasta que la demencia de libertad tomaba los mandos de mi vuelo para planear en algún lugar llamado nadie. 


Esos lugares de silencio natural y ruido acompasado, donde la tranquilidad es orquesta y el momento es el reloj que da las horas. Con los pies en modo paseo, pateando piedras, atravesaba una villa de campo oyendo un leve violín de voz salvaje y melosa que me invitaba a llegar a ningún lugar. Acompañado del que quiere acompañar, querer y escuchar me dispuse a llegar al que parecía mi destino con el sol vergonzoso, las copas de los árboles en pasadizo y la niebla fina de abrigo. 

Una posada acogedora nos abría sus puertas con vidrieras ocres que hacían las veces de farolillos, con el aroma a casero que invitaba a pasar. Ya en la mesa, con buena comida y buen vino, las carcajadas daban el tempo a la conversación culpable de quitar protagonismo a una cena para hacer interminable la sobremesa, un momento encantado donde el buen licor y las palabras danzaban entre todos estrechando el círculo,con chispa y desinhibidos por la propia definición de estar "a gusto". 

Creando silencios cómodos y miradas que erizan el cuello, absortos en una noche bella e interminable. Poco después con el síndrome de cenicienta admirábamos el cielo estrellado, conscientes de saborear ese instante mágico con la luz del tiempo mostrando signos vitales. Porque todos los buenos momentos, incluso en sueños, tienden a finalizar.


Siendo el apoderado de la realidad y despertador de mis ojos, veo como se rompe la burbuja del subconsciente para asimilar una vez mas haber soñado con un instante de perfecta armonía.


 Ahora que estoy despierto... solo queda morriña. Una astilla psicológica se queda en mi nuca, recordando de forma esporádica la posibilidad de poder repetir este cuento en la pura realidad.