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lunes, 6 de enero de 2014

YA SE ESTÁ NUBLANDO…










Mal institucional heredado por  nosotros, con la gracia de poetas y agricultores que ahogan su llanto esperando que se desmorone sobre ellos. Además, es forma exclusiva de expresar morriña para los días que nacen. Los maravillosos días nublados.

Días de cuero mojado, que hidratan la vida y su perfil; limpiando las huellas del ser humano, abasteciendo de vida y responsable del equilibrio más importante. El nuestro.

Como respuesta ofrecemos congoja y mal carácter, un gesto muy humano. Inevitable pues, su química altera nuestras percepciones y nos predispone al drama. Cuando solo es lluvia, un ciclo inamovible y necesario. Cierto es que encasillamos su puesta en escena, en ocasiones apocalíptica, temiendo un nuevo diluvio universal; mas allá de lo estipulado no suele dañar, siendo la osadía del hombre quien arriesga habitando terrenos imposibles. Es el plan de trabajo, dibujar de nuevo el horizonte y hacer real la continuidad de esta película.  

Con todo un reparto bien esquematizado que, en escalera de caracol, van avanzando con precisión alimentados por el líquido elemento, algo tan simple como agua... que mantiene las formas más complejas a su merced sin faltar a su dosis. Es tarjeta de visita de todo día nublado; ahora, si se nubla y no llueve, parece envolvernos el resquemor. Nos sentimos engañados y en parte jodidos del arresto domiciliario en balde. Frustrados por pensar todas las cosas que hubieras querido hacer, aunque nunca las hagas…
Pero tiene su cosa. A veces, después de varios días lloviendo sale un día nublado dando un respiro de humedad y hacen de salir de casa un paseo agradable. Ideal para ir perdiendo paraguas por los bares, otra tradición de estos días. 

Con su lluvia y su aliento gélido consiguen ser los responsables de acaparar los hogares de puzles, pelis y palomitas, barajas de cartas y el apartado de cosas pendientes que nunca hay tiempo para hacer. Razón por las que seguirán siempre pendientes, porque en los días grises sería lo idóneo si no fuera por el ambiente bucólico que despiertan la nostalgia, conectan la pereza y sacan a pasear una representación propia, híbrida entre un indigente en pijama y el loco de la colina. Sin coherencia repetimos acciones absurdas como mirar por la ventana o abrir la nevera con toda la desidia posible, esperando que surja alguna aventura, no sé de dónde.

La Maizena de todo este sopor es la intención. Vivimos predispuestos a asociar los días grises con bodas arruinadas o funerales de cine.  Recordando más fácil la tragedia con estampa gris, vencidos por la añoranza de recordar momentos amargos.
Por eso, los días grises de " hoy quiero hacer todo al aire libre" se ven obligados a coger mala fama; sin exprimir la sustancia que se puede sacar, en mi caso en particular, donde un café sólo me sabe mejor cuando está nublado y los cristales empañados.

A excepción de la opinión que pueda tener cualquier habitante del norte de Escocia sobre los días nublados, parecen aportar cierto equilibrio natural y cierto encanto lúgubre. Para cualquier urbanita de este país deberían ser días de hibernación, de un letargo en desconexión del ritmo de una gran ciudad. Para disfrutar de un buen vino hablando con alguien que hace mucho que no hablas. O abrazarte en el sofá toda la tarde, manta incluida, esperando quien se mueve primero para lanzar al otro un “ya que te levantas”.

En definitiva, solo hay que rascar un poco para ver que no son tan horribles; cambiar de 45 a 33 revoluciones y dejarse llevar por el bufido de la lluvia, apreciando un minuto de silencio. Sin más demora, les recomiendo su apreciación y disfrute.


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