Mal institucional heredado por nosotros, con la gracia de poetas y
agricultores que ahogan su llanto esperando que se desmorone sobre ellos.
Además, es forma exclusiva de expresar morriña para los días que nacen. Los
maravillosos días nublados.
Días de cuero mojado, que hidratan la vida y su perfil;
limpiando las huellas del ser humano, abasteciendo de vida y responsable del
equilibrio más importante. El nuestro.
Como respuesta ofrecemos congoja y mal carácter, un gesto
muy humano. Inevitable pues, su química altera nuestras percepciones y nos
predispone al drama. Cuando solo es lluvia, un ciclo inamovible y necesario.
Cierto es que encasillamos su puesta en escena, en ocasiones apocalíptica,
temiendo un nuevo diluvio universal; mas allá de lo estipulado no suele dañar,
siendo la osadía del hombre quien arriesga habitando terrenos imposibles. Es el
plan de trabajo, dibujar de nuevo el horizonte y hacer real la continuidad de
esta película.
Con todo un reparto
bien esquematizado que, en escalera de caracol, van avanzando con precisión
alimentados por el líquido elemento, algo tan simple como agua... que mantiene
las formas más complejas a su merced sin faltar a su dosis. Es tarjeta de
visita de todo día nublado; ahora, si se nubla y no llueve, parece envolvernos
el resquemor. Nos sentimos engañados y en parte jodidos del arresto
domiciliario en balde. Frustrados por pensar todas las cosas que hubieras
querido hacer, aunque nunca las hagas…
Pero tiene su cosa. A veces, después de varios días
lloviendo sale un día nublado dando un respiro de humedad y hacen de salir de
casa un paseo agradable. Ideal para ir perdiendo paraguas por los bares, otra
tradición de estos días.
Con su lluvia y su aliento gélido consiguen ser los responsables
de acaparar los hogares de puzles, pelis y palomitas, barajas de cartas y el
apartado de cosas pendientes que nunca hay tiempo para hacer. Razón por las que
seguirán siempre pendientes, porque en los días grises sería lo idóneo si no
fuera por el ambiente bucólico que despiertan la nostalgia, conectan la pereza
y sacan a pasear una representación propia, híbrida entre un indigente en
pijama y el loco de la colina. Sin coherencia repetimos acciones absurdas como
mirar por la ventana o abrir la nevera con toda la desidia posible, esperando
que surja alguna aventura, no sé de dónde.
La Maizena de todo
este sopor es la intención. Vivimos predispuestos a asociar los días grises con
bodas arruinadas o funerales de cine.
Recordando más fácil la tragedia con estampa gris, vencidos por la añoranza
de recordar momentos amargos.
Por eso, los días grises de " hoy quiero hacer todo al
aire libre" se ven obligados a coger mala fama; sin exprimir la sustancia
que se puede sacar, en mi caso en particular, donde un café sólo me sabe mejor
cuando está nublado y los cristales empañados.
A excepción de la opinión que pueda tener cualquier
habitante del norte de Escocia sobre los días nublados, parecen aportar cierto
equilibrio natural y cierto encanto lúgubre. Para cualquier urbanita de este
país deberían ser días de hibernación, de un letargo en desconexión del ritmo
de una gran ciudad. Para disfrutar de un buen vino hablando con alguien que
hace mucho que no hablas. O abrazarte en el sofá toda la tarde, manta incluida,
esperando quien se mueve primero para lanzar al otro un “ya que te levantas”.
En definitiva, solo
hay que rascar un poco para ver que no son tan horribles; cambiar de 45 a 33
revoluciones y dejarse llevar por el bufido de la lluvia, apreciando un minuto
de silencio. Sin más demora, les recomiendo su apreciación y disfrute.
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