Erase una vez una desaparición, originada en la evolución de
la especie humana. Mas particularmente en el campo visual, alojado en la
superficie del globo ocular.
A lo largo de los
siglos en los que fue sacando ventaja a la hora de evolucionar fue ganando y
perdiendo aplicaciones dibujando un genoma cada vez más complejo, más humano.
Aquellos que acabaron saliendo de la ecuación fueron consecuencia de la propia
adaptación de la especie, de su entorno. Otros sin embargo simplemente llegaron
tarde a la convocatoria y quedaron abandonados hasta desaparecer.
Esta característica sin nombre formó parte de los seres
humanos, mas particularmente de su vista, hasta que un buen día dejó de
aparecer abrumada por su egocentrismo. Una fina capa de proteínas compuesta de
esperanza y empatía era la encargada de dar otro enfoque; algo así como la
encargada de ver "el lado bueno de las cosas", característica
indispensable en todos los logros morales que cosecharon y dieron forma a la
sociedad actual. Con el mismo estigma que hoy en día posee el meñique del pie,
cuando se quiso echar cuenta esa membrana se había esfumado. Volatilizado.
A fecha de hoy se ha perdido ese dogma de fe capaz de
disgregar los talentos, de alargar la vida en proyectos imposibles y de
encontrar las flores que crecen en la basura. Porque ahora todo está
estipulado. El rasero es más estricto que nunca y la exigencia es neonata. Las
vidas no son vidas si no son perfectas y los sentimientos... los sentimientos
salen a la luz con fianza y aval.
Claro está que hubo un momento en el que perdimos el norte e
instauramos el tener todo con carcasas de oro y lentejuelas, sin reparar en lo
que contiene.
Rechazando el instinto de aprendizaje por ensayo y error.
Involucionando para ser mas vagos de corazón. Pecando de comernos un mundo
diurético y desnatado.
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