Apagas la luz y dejas caer la cabeza en la almohada, ahí es
cuando todo empieza. Tus parpados se cierran activando el cuestionario
vitalicio que desbanca el sueño y mantiene viva eternamente a la incertidumbre.
Y la rueda de preguntas se dispara acribillando tu
subconsciente... en su estela de metralla, resuena en eco todo el hormigón que
cimenta nuestras dudas culpables de nunca dejar avanzar, de dejar vivir.
Buscando una media naranja cuando nunca nacimos incompletos,
anhelando objetos y paredes ajenos a llenar nuestras expectativas y a cobijar
nuestras almas. Y pensar, ¿es lo que yo quiero? o ¿tengo que hacer esto?; para
repartir responsabilidades entre cabeza y corazón sin criterio, mientras
esquivas un ¿necesito realmente lo que tengo? o ¿por qué no soy capaz de tener
valor para... así es nuestra nana, la canción del insomnio.
Con los ritmos del sudor frío y la taquicardia, con el
control y la opinión gratuita de los que saben de todo y no predican con el
ejemplo. Nadie dijo que fuera fácil.
Y a veces es el caos el que educa, y hace florecer el sentir
de un camino que nosotros mismos nunca terminamos de empezar, o no queremos
ver, con telones de sueños imposibles para poder conciliar el sueño cada día.
Sera cuestión de quitar capas de piel y reconocernos, será momento de volver a
ver el yo.
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