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jueves, 7 de noviembre de 2013

ESPERAR.






Se siente como castigo y otras tantas dulce cuanto más se demora. Epitafio de todos los problemas que no tienen solución; a veces necios por creer que hará cambiar cualquier situación inmune al reloj. Asesinándonos de aburrimiento, con el poder que parece ralentizar el aire y enfriar los errores.


Alienta los sueños  y simultáneamente envenena los corazones, burlándose de los puntuales y haciendo en ocasiones que los planes salgan bien. Con poder para hacer enloquecer. Para conseguir un sueño inalcanzable, cofrade con la paciencia la cual evita siempre su compañía. Para crear mariposas de la oruga y dar linaje al hongo que aparece en la humead.


En un arrebato kafkiano, diría que la misma vida es una espera; al principio con desarrollo lento y denso, donde esperar es nuevo y cada espera es un principio de aprendizaje. Un potaje de sensaciones donde el excedente de tiempo es de buen invertir. 


Más tarde pasa desapercibida estresada de vivencias causadas por subir la velocidad; entretenida en desglosar la lista de ruegos  y peticiones que todos llevamos,  logrando convertir una espera en la perfección de la misma. Puliendo el hábito para ascenderlo a profesional, y  llegando a vaticinar de la mano de la experiencia cuándo no merece la pena una espera.


Para finalmente acelerarse y claudicar su fin cualquier día, siendo un dulce paladar el sufrir cualquier espera, menos la espera de la bajada del telón. 


Las mejores cosas de este mundo necesitan de la espera. Maldecimos su presencia recordando las esperas que nos hicieron sufrir, y parecemos olvidar todas aquellas que cicatrizaron corazones, que alimentaron deseos haciéndolos infinitos. Consiguiendo no errar en el mismo camino. Escribiendo el guión del mismísimo tiempo.

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